domingo, 7 de diciembre de 2008

Otra vez la muerte


Últimamente me pregunto qué debe hacer uno con todos esos objetos personales que nadie podrá heredar ni utilizar. No se los puedo endosar en herencia a mis hijas, porque pesan un quintal y no les sirven para nada. Sólo tienen valor para mí. Recortes de periódico, cartas de los amigos (cuando aún Internet no existía), dibujos, caracolas, piedras, flores secas, mecheros rotos, calendarios, apuntes... Alguna vez he intentado deshacerme de todo y sólo he podido acabar con los apuntes viejos, pero no con lo demás, porque en todos esos objetos hay un poco de afecto y de tiempo que los demás dedicaron a mí en su momento. Ni siquiera recuerdo ya el nombre de aquel que me escribió un poema en una servilleta de bar, ni siquiera recuerdo la cara de aquel alemán que me escribió durante más de un año cartas contándome toda su vida. Y, sin embargo, aún no tengo valor para deshacerme de todo eso. Supongo que a mis taypico años aún siento que soy el mismo de mi adolescencia y juventud, cuando atesoré todo esos objetos como si me fueran a salvar la vida o a marcar el rumbo de la felicidad. Pero también supongo que, cuando, si el de arriba me deja, haya dado yo treinta vueltas más al sol, tendré la suficiente clarividencia y dureza de corazón para quemar piadosamente todas esas cartas, y para devolver al mar todas esas caracolas y esas piedrecitas tornasoladas y para dejarles en herencia a mis hijas sólo aquello que tenga realmente valor. Me da miedo ese momento, cuando descubra que de todos los objetos que he ido guardando y atesorando sólo salvaré dos o tres. Lo demás arderá en una pira funeraria antes que yo y se desvanecerá para siempre en el humo. La muerte, el saber que uno se muere desnudo, deja con valor muy pocas cosas.
Si no me quedo postrado en una silla en mis últimos años, iré metiendo en una caja todo aquello que no puedo dar a nadie, por ejemplo (un dos tres, responda otra vez) los calzoncillos, las corbatas desfasadas, los mecheros gastados, los dibujos mediocres, mis cuentos fallidos y lo quemaré todo en holocausto... y me iré ligero de equipaje, como dice el poeta. Desnudo vine al mundo y desnudo quisiera irme.

8 comentarios:

Juanma dijo...

¿Domingo existencialista tenemos?

Morir desnudo y...armado. Por aquello de dejar un buen recuerdo, que la gente es "mu" mala, Jesús, y enseguida olvida cómo fuimos.

Un abrazo, querido Jesús.

La gata Roma dijo...

Vaya, me hizo pensar… A mis 23 veranos he atesorado cierto volumen de inutilidades imprescindibles, no sé si tendrá que ver con el síndrome de Diógenes, aunque si sé que es hereditario, lo supe cuando en un baúl de madera vi la correspondencia de mi madre cuando mi padre estaba en la mili, y muchas cartas más que no me importaría heredar…
Pero me da miedo pensar cuantas cosas de estas tendré en veinte o treinta años, cuantos claveles de feria secos, billetes de avión, tikets del metro de otras ciudades,y entradas de cine, de museos, y programas de conciertos y demás cosas materiales con las que siempre creí que pretendía atrapar el tiempo… Y esa caja llena de cartas, de cuando los niños escribíamos cartas, con postales y fotos… Tal vez lo de quemarlo llegado el momento, sea lo mejor, mas sano y mas justo…
Perdón por el tocho pero ahora me quedo dándole vueltas a esto
Kisses miles

Jesús Cotta Lobato dijo...

Pues tienes razón, Juanma. Si algún día coincidimos con una cerveza, charlaremos de eso.
Querida gata Roma: no te calientes el tarro con mis elucubraciones. Tú eres joven. Atesora cuanto quieras: para eso están las cosas, para que las tengas tú. Un beso

Juan Antonio González Romano dijo...

La verdad, Jesús, hay aquí tema para un buen soneto. Si me pongo a buscar en mis cajones (hasta una bola de billar, rehén de una noche de juerga que ya no recuerdo), el poema se hará solo. Con la venia, un día de estos me pondré.

Yo misma dijo...

Yo desde hace tiempo intento atesorar sólo mis recuerdos, porque vivo en pocos metros cuadrados y ya está atestado de cosas de diario. Aún así, conservo tantas cosas que en vez de quemarlas las memorizaré ( si la vejez me lo permite) para que cuando me vaya de este mundo, recuerde en mi otra vida que ésta mereció la pena para las personas que dieron parte de sí conmigo...
saludos

Jesús Cotta Lobato dijo...

Querido Juanma: espero que me pases el soneto cuando esté escrito.
Querida Yomisma: haces bien en no guardar lo que no cabe en casa. Y no te preocupes por memorizar salvo lo indispensable, ese verso que te salva o esa oración que te consuela. Un beso

Juan Antonio González Romano dijo...

No sé si Juanma se lanzará con otro; yo (Juan Antonio) ya estoy en ello...

Jesús Cotta Lobato dijo...

He dicho Juanma, pero quería decir Juan Antonio. A ver si me animo y hago yo otro. Un abrazo