La terrible realidad es que los cuerpos pueden ser tratados como objetos, como demuestran los cirujanos plásticos y, de un modo más espantoso, los torturadores y mutiladores. Esto nos horroriza porque sentimos el cuerpo como nuestro yo y, por tanto, cuando lo tratan como una cosa que se mide en centímetros y gramos, nos están tratando como a una res.
Leí hace unos días en el periódico que en la costa occidental de Canadá ha aparecido un quinto pie mutilado. Antiguamente, como señal de respeto, se enterraban los miembros enfermos mutilados del cuerpo. Hoy se consideran tan sólo resto sanitario. Creo que es en El quimérico inquilino, de Roman Polanski, donde el prota cuenta cómo le pidió al médico la pierna que éste le acababa de amputar a su padre. El médico le preguntó para qué la quería y él respondió que para enterrarla. Yo le habría respondido con otra pregunta: ¿Y usted para qué la quiere? ¿Para dársela de comer a los perros?
Un consolador es una cosa muy triste. Es amputar a un hombre. ¡Con lo bien que está disfrutar del propietario entero del falo!
Recuerdo ahora el mito de Protesilao y Laodamía, que es comop el de Pigmalión, pero al revés: en el mito de Pigmalión, los abrazos de Pigmalión humanizan la estatua: convierten el objeto en sujeto; en el de Protesilao la estatua es un sustituto de la persona, pero nunca llega a ser una persona.
Protesilao fue el primer griego que murió en la guerra de Troya, porque tuvo la osadía de descender el primero del barco (Aquiles, más sensato, esperó que descendieran primero los valientes). Pidió a los dioses el favor de volver a la vida para estar un tiempo con su recién esposa, que había hecho la misma petición. En ese tiempo, ella confeccionó una estatua de cera igualita que la de su marido. Cuando su esposo volvió a morir, ella se abrazaba cada noche a la estatua, hasta que un día su padre descubrió su delirio y arrojó la estatua al fuego y ella se arrojó a los brazos de la estatua en un abrazo abrasador y así murió. No sé si llegó a pensar que la estatua era el marido o si se suicidó por la vergüenza de que su padre la hubiera descubierto liada con un muñeco hinchable (yo por lo menos no podría soportar el baldón de que me descubrieran montándomelo con una muñeca hinchable).
En fin, las cosas son cosas; las personas, personas, aunque hay personas que se empeñan a tratar como a personas ciertas cosas (el descapotable, el mechón de Lenon...) y como a cosas a ciertas personas.
Leí hace unos días en el periódico que en la costa occidental de Canadá ha aparecido un quinto pie mutilado. Antiguamente, como señal de respeto, se enterraban los miembros enfermos mutilados del cuerpo. Hoy se consideran tan sólo resto sanitario. Creo que es en El quimérico inquilino, de Roman Polanski, donde el prota cuenta cómo le pidió al médico la pierna que éste le acababa de amputar a su padre. El médico le preguntó para qué la quería y él respondió que para enterrarla. Yo le habría respondido con otra pregunta: ¿Y usted para qué la quiere? ¿Para dársela de comer a los perros?
Un consolador es una cosa muy triste. Es amputar a un hombre. ¡Con lo bien que está disfrutar del propietario entero del falo!
Recuerdo ahora el mito de Protesilao y Laodamía, que es comop el de Pigmalión, pero al revés: en el mito de Pigmalión, los abrazos de Pigmalión humanizan la estatua: convierten el objeto en sujeto; en el de Protesilao la estatua es un sustituto de la persona, pero nunca llega a ser una persona.
Protesilao fue el primer griego que murió en la guerra de Troya, porque tuvo la osadía de descender el primero del barco (Aquiles, más sensato, esperó que descendieran primero los valientes). Pidió a los dioses el favor de volver a la vida para estar un tiempo con su recién esposa, que había hecho la misma petición. En ese tiempo, ella confeccionó una estatua de cera igualita que la de su marido. Cuando su esposo volvió a morir, ella se abrazaba cada noche a la estatua, hasta que un día su padre descubrió su delirio y arrojó la estatua al fuego y ella se arrojó a los brazos de la estatua en un abrazo abrasador y así murió. No sé si llegó a pensar que la estatua era el marido o si se suicidó por la vergüenza de que su padre la hubiera descubierto liada con un muñeco hinchable (yo por lo menos no podría soportar el baldón de que me descubrieran montándomelo con una muñeca hinchable).
En fin, las cosas son cosas; las personas, personas, aunque hay personas que se empeñan a tratar como a personas ciertas cosas (el descapotable, el mechón de Lenon...) y como a cosas a ciertas personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario