No sé por qué me gustan tanto las playas. Cuanto más frío hace, más las echo de menos. Cuanto más rubias, salvajes y solitarias, mejor. En la playa no se puede hacer nada más que disfrutar de ella y hacer el bestia y pelearte con las olas o dejarte arrastrar por ellas o hacer un collar de conchas y embadurnarte de arena calentita cuando tienes frío. En la playa disfrutamos más los hombres que sabemos jugar como niños sin dejar de ser hombres.
Si alguna vez estás triste o aburrido, dile a quien más te guste que te lleve a la playa, a una playa sin chiringuitos ni accesos fáciles: que os cueste un poco gozar de su belleza. Allí el sol os dirá qué es lo que tenéis que hacer.
4 comentarios:
Amén.
Me ha llegado tarde este comentario. No sé si leerás esta respuesta, pero por si acaso, me alegro de tener como colega de bitácora a un secreto admirador de playas solitarias con buena compañía. Un abrazo
Con permiso, te suelo leer en silencio, -y reír también, los aforismos y diccionario, entre otros- pero has mentado las playas solitarias. Y ahí sí que no puedo permanecer callada. Ay, las playas...
Unico problema: si queremos que sigan siendo solitarias, no hay que publicitarlas jamás. Todo lo más formar una hermandad muy secreta en la que nos pasemos nombres como santo y seña.
Feliz domingo y gracias por escribir.
aurora
Para Master en Nubes: ¡tienes toda la razón! Debía haberme callado. Por favor, solicito entrar en esa cofradía secreta que goza de las playas discretamente y respetando su belleza. Y te seguiré. Quiero aprender mucho de las nubes. Un beso
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