Recuerdo haber tenido y tener muchas veces la sensación de querer entablar relación con alguien, ser su amigo, decirle algo, pero no saber qué decir ni cómo empezar. El corazón se dirige a esa persona antes que la cabeza, pero como uno está educado para que el corazón no haga nada sin permiso de la cabeza, se pierden así muchas conversaciones interesantes, muchas amistades.
Como los niños son menos complicados y más naturales, se hacen amigos unos de otros sin buscar excusas verbales. Están en el parque y consideran natural el juntarse para jugar, aunque no se pregunten el nombre ni empiecen a hablar del tiempo.
Anoche mi hija mayor tuvo ese sentimiento. Después de sus oraciones, cuando iba a despedirme, me retuvo con la mano y me dijo: Te quiero preguntar algo y no sé qué. Era su manera de decirme que no me fuera, que me quedara allí un poquito, que le dijera algo y la abrazara.
En el amor, en la familia y en la amistad, nace y crece esa parte nuestra que se siente desamparada, que quiere sentirse querida y apreciada, el corazón sin necesidad de ser controlado por la cabeza.
Si yo viviese solo, si no tuviera a nadie a quien decirle "quédate aunque no sé para qué ni sé qué decirte", me temo que recurriría a falsos dioses, como la droga o el amor pagado, allí donde uno tenga la ilusión de ser querido y feliz, aunque cueste salud y dinero.
4 comentarios:
Pues aquí tienes a un amigo que te lee desde hace un par de semanas y que te envía un saludo.
Ahí te envío también el mío. Ex corde
Como sigo la máxima de Ovidio "Amicitias tibi iunge pares", me declaro amiga de tu voz escrita en este blog.
Y yo, Lola, de tus comentarios. Esto me anima a seguir escribiendo.
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